El teatro de La Abadía de Madrid cumple 30 años. Y para su fiesta de cumpleaños sube a sus tablas la obra «El dragón de oro» (ojo, no despistaros que solo está en cartelera hasta el 28 de septiembre). El texto es de Roland Schimmelpfenning, todo un referente de la escena internacional; y la dramaturgia y dirección, de Ánxeles Cuña.
«El dragón de oro» una obra de teatro que toca el corazón

Estamos ante una obra que nos pone a mirar al mundo de enfrente, que toca el corazón, que revuelve las entrañas y agita las conciencias. No vale mirar para otro lado. Nos interpela poniendo el dedo en la llaga.
El reparto está soberbio, con un engranaje que funciona a la perfección pese a la simpleza de la puesta en escena. Pero es que no hace falta nada más para llegar al espectador y tenernos atrapados en las butacas casi sin pestañear, puesto que la trama se sucede de manera vertiginosa.
5 actores para interpretar a 17 personajes con una gran complejidad de roles y a pesar de ello, todo fluye. En total son 48 escenas, muchas de ellas muy breves, con saltos de espacio y tiempo, que se suceden con ritmo ágil y con una duración total de 70 minutos.
La obra arranca con un dolor de mueles de un joven cocinero chino sin papeles que trabaja en un restaurante de una ciudad europea, El dragón de oro. Y así empieza una sobredosis de realidad donde el abuso se impone de una manera descarnada para recordarnos el sufrimiento de las víctimas para las que no hay piedad ni salida en una sociedad que ha normalizado tantas cosas que ya mira sin ver.
Inmigración, violencia de género o proxenetismo en el Teatro Abadía
Es una obra rara, extraña, pero a la vez fresca y cercana. Temas como la inmigración sin papeles, la violencia de género, la incomunicación de las parejas, el proxenetismo… desfilan por las tablas sin tabúes y con un cierto lirismo.
Plato fuerte de la obra es cuando se intercala la fábula de La Cigarra y la Hormiga, de Esopo. Aquí las cigarras son los inmigrantes sin papeles y, por lo tanto, sin derechos a los que se trata como si toda su vida hubieran estado holgazaneando y no merecieran una oportunidad, ni un futuro.
Aquí decir, que el ser humano puede llegar a ser el peor enemigo de sí mismo. Por el contrario, las hormigas son aquellos que se sienten con el derecho de abusar (cruelmente) de ellas. La fábula funciona como espejo de lo que les ocurre a los inmigrantes en situaciones de invisibilidad social.
Temas serios, sí, a los que tanto el texto como la compañía (Sarabela Teatro) sabeN aligerar con comedia blanca para una situación tan negra. El Dragón de Oro establece cómo lo cotidiano (un dolor de muelas) se convierte en metáfora del dolor social revelando lo que hay debajo de las alfombras: ilegalidad, marginación, derechos vulnerados y cuerpos explotados.